EL CARISMA MANUFACTURADO Y LA PARADOJA DEL INFLUENCER ¿INTELECTO O ILUSIÓN?
- Juan Carlos Erdozain Rivera, MBA

- 21 jun
- 6 Min. de lectura
¿Por qué seguimos a gente que percibimos con "baja capacidad intelectual, mental y espiritual, sin principios ni valores"?
A lo largo de la historia, los seres humanos siempre han buscado figuras a seguir. Aunque las formas de liderazgo y los métodos para demostrar su valía han cambiado drásticamente con el tiempo (de la batalla épica al reto viral), las necesidades psicológicas fundamentales (seguridad, orden, guía, pertenencia) que nos impulsan a seguir son sorprendentemente consistentes”

DEL FARAÓN AL INFLUENCER: ¿POR QUÉ SEGUIMOS SIGUIENDO?

Bienvenidos, amigos, al siempre cambiante paisaje de la psicología humana. Si hay algo que he aprendido en mis viajes por este loco mundo globalizado, es que la gente necesita a alguien a quien seguir, no importa si estamos hablando de las riberas del Nilo en el 2,500 A.C. o de las pantallas iluminadas del TikTok en 2025; la necesidad fundamental de guía, sentido de pertenencia y seguridad en un mundo caótico, es tan constante como el ritmo cardíaco de la humanidad. Es la salsa secreta que une todo, desde los imperios hasta las tribus digitales.
LA ANTIGUA RED SOCIAL, CUANDO LOS DIOSES Y REYES ERAN LOS INFLUENCERS ORIGINALES

Mucho antes de que existieran los "likes" y los "shares", ya estábamos atribuyendo cualidades extraordinarias a aquellos que nos guiaban.
¿Monarcas divinos?
¿Chamanes que hablaban con los espíritus?
Estos eran los influencers originales, pero con una diferencia clave: su autoridad no venía de un algoritmo, sino de algo mucho más pesado, más inamovible: el derecho divino, la tradición y la percepción de que eran, literalmente, algo más que humanos.
Imaginen a los antiguos griegos, adorando a sus héroes, o a un emperador japonés tan sagrado que no podías ni mirarlo directamente. No era solo poder, era un paquete completo de mitología, religión y, una buena dosis de proyección psicológica colectiva. Nosotros, el colectivo, les dimos su estatus, y ellos, a su vez, tenían que seguir demostrando que eran dignos de ello.

Un rey (o líder) consolidaba su autoridad y la creencia en sus cualidades "extraordinarias" (a menudo divinas o heroicas) realizando hazañas impresionantes, como luchar contra una bestia. Esta acción servía para validar públicamente su estatus y poder.

En la era digital, un influencer hace algo similar cuando participa o crea un "reto viral". Al hacerlo, no solo gana visibilidad, sino que también "demuestra su valía" (su creatividad, su capacidad de generar contenido atractivo, su cercanía con la audiencia) de una manera que resuena con su comunidad y refuerza su influencia. Ambos actos, aunque muy diferentes en forma, cumplen la misma función: legitimar al líder/influencer ante su audiencia.
¿Y QUE HAY DE LA OBEDIENCIA ANTE LÍDERES E INFLUENCERS?

"Antiguamente la obediencia no era una debilidad; era, irónicamente, una forma de excelencia humana"
En las sociedades antiguas, especialmente aquellas con estructuras jerárquicas y líderes divinos o muy poderosos, la obediencia no se veía como algo negativo o sumiso. En cambio, se consideraba una virtud. Se creía que al obedecer a una autoridad superior (que se percibía como sabia, justa o divinamente inspirada), los individuos alcanzaban una forma de perfección moral o social. Era parte de ser un buen ciudadano o miembro de la comunidad, contribuyendo al orden y la estabilidad. La "ironía" radica en que, desde nuestra perspectiva moderna, a menudo asociamos la obediencia ciega con la falta de pensamiento crítico, pero en ese contexto, era vista como algo positivo y ennoblecedor.
En un mundo antiguo, que era mucho más incierto, peligroso y carente de las comodidades y recursos modernos (como la información instantánea, la ciencia o la psicología para afrontar problemas existenciales), las personas buscaban seguridad, certeza y dirección.
Un líder percibido como divinamente conectado o con un conocimiento superior ofrecía precisamente eso. Alguien que "te dijera qué hacer" con la bendición de los dioses o una sabiduría inmemorial era una fuente de consuelo y orden en un entorno caótico. La pregunta retórica enfatiza que, en esas circunstancias, confiar en una figura así era una respuesta lógica a las necesidades psicológicas humanas de estabilidad y guía.
LA REINVENCIÓN DEL PODER, CUANDO LA SANGRE AZUL DIO PASO AL ALGORITMO

Y entonces, llegó internet. La red de redes, la aplanadora global, el disruptor supremo. De repente, la vieja escuela de la autoridad, esa que venía de arriba hacia abajo, con coronas y genealogías, empezó a temblar. El "cuerpo simbólico y eterno" del rey se desvaneció en el éter digital. Ahora, su autoridad no es hereditaria; es temporal, negociable y, sobre todo, basada en el rendimiento.
La creación de contenido, que antes era el coto de las élites y los medios tradicionales, se democratizó. Estamos viviendo la "democratización de la creatividad"
Cualquiera con un teléfono y una idea (buena o mala) puede ahora convertirse en un megáfono andante. Las barreras de entrada se desplomaron. El carisma, que Max Weber definía como un "don divino", se ha convertido en un "producto más que se manufactura". Sí, leyeron bien: carisma manufacturado. Lo construyes, lo empaquetas, lo vendes. Y lo que es más importante, tienes que seguir produciendo "nuevos sucesos" para mantenerlo vivo, igual que un influencer necesita un nuevo video viral cada semana.
Lo anterior tiene implicaciones profundas. Hemos pasado de la autoridad "adscrita" (naciste con ella, te la dieron) a la influencia "adquirida" (la ganas con sudor digital y mucha curación de imagen).
Ya no necesitas un trono; necesitas un buen feed de Instagram. Pero aquí está el quid: este nuevo campo de juego, aunque más fluido, no es necesariamente más virtuoso. Abre la puerta a la manipulación, a la superficialidad. La autenticidad, ese Santo Grial de la influencia digital, es a menudo una actuación cuidadosamente coreografiada.
LA PARADOJA DEL INFLUENCER ¿INTELECTO O ILUSIÓN?
Y esto nos lleva a la pregunta siguiente, la que se cierne sobre gran parte de nuestra conversación digital:
¿por qué seguimos a gente que percibimos con "baja capacidad intelectual, mental y espiritual, sin principios ni valores"?
Es una pregunta válida, y no hay una respuesta sencilla, por lo que me permito compartir las siguientes guías que los expertos en psicología de masas han encontrado:
La categoría de "influencer" es vasta

Sí, hay muchos influencers que operan en el ámbito del entretenimiento y el estilo de vida, donde la "relatabilidad" y el contenido aspiracional son reyes. No buscan darte una clase de filosofía política, sino mostrarte cómo vivir una vida que quizás deseas. Para ellos, el valor no está en la erudición, sino en la conexión emocional, el escapismo, o el simple hecho de sentir que eres parte de algo.
Pero el ecosistema digital también alberga una creciente legión de expertos genuinos (psicólogos, científicos, educadores) que usan estas mismas plataformas para compartir conocimiento real y valioso. La crítica del usuario, entonces, quizás esté pintando a todos con el mismo pincel, confundiendo el entretenimiento con la educación.
El fenómeno de las relaciones parasociales

Piensen en esto: construimos una ilusión de intimidad con estas personas en nuestras pantallas. Sentimos que los conocemos, que son nuestros amigos, que nos entienden. Es una relación unilateral, sí, pero es real para nosotros. Y esa intimidad percibida, aunque ilusoria, hace que sus mensajes sean más impactantes, más confiables, incluso si están promocionando algo pagado. Es la "autenticidad manufacturada" en su máxima expresión.
Lo que esto nos dice es que la efectividad de la influencia, ahora más que nunca, no se basa solo en la competencia objetiva, sino en la habilidad de proyectar y mantener una imagen que resuene con nuestras necesidades.
El carisma ya no es un don; es una habilidad que se entrena.
Los "nuevos sucesos" que los antiguos líderes necesitaban para mantener su aura ahora son los continuos "drops" de contenido, los desafíos virales y las tendencias que los influencers deben dominar para no caer en el olvido.
LA APLANADORA COLECTIVA, EL PODER OCULTO

Aquí está la revelación final, el denominador común que une a los reyes antiguos con los gurús digitales es el colectivo quien en realidad tiene el poder. Siempre lo ha tenido. El carisma, como decía Weber, no es una cualidad inherente; es una "atribución ajena" del grupo. Somos nosotros, con nuestros likes, nuestros comentarios, nuestros shares, quienes "hacemos, mantenemos o destruimos" la influencia.
En la antigüedad, si el pueblo dejaba de creer en tu divinidad, tu reinado se tambaleaba. Hoy, si los seguidores pierden la confianza, un influencer puede ser "cancelado" y desaparecer más rápido de lo que tardas en decir "algoritmo". El poder del colectivo es, paradójicamente, superior al del líder.
Esto es a la vez liberador y aterrador. Ha democratizado la capacidad de influir, permitiendo que voces diversas emerjan. Pero también significa que la influencia puede ser efímera, dependiente de una validación constante y, a menudo, menos sujeta a la rendición de cuentas que las formas tradicionales de autoridad.
Así que, aquí estamos, en el 2025, todavía anhelando guía y conexión, pero en un paisaje digital que a menudo confunde el brillo con el oro. La lección para nosotros, como individuos en esta vasta red global, es clara:
La capacidad de pensar críticamente y la alfabetización mediática ya no son lujos; son necesidades de supervivencia.
Distinguir entre la experiencia genuina, la conexión auténtica y la mera actuación se ha vuelto más crucial que nunca. Porque al final, somos nosotros, el colectivo, quienes decidimos a quién elegimos seguir, y en ese acto de elección, moldeamos el futuro de la influencia en nuestra sociedad. Piénsenlo bien la próxima vez que den un "like".





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